Mis abuelas: una especie en vía de extinción

¿Qué me hace ser colombiano? Aparte de haber nacido y vivido acá toda la vida creo que lo más significativo para responder esa pregunta es ver en retrospectiva de dónde vengo. Mi familia materna es puertorriqueña, sin embargo, mi mamá ha vivido desde los siete años en Colombia. Es americana de nacimiento y de identificación, pero colombiana por decisión y de corazón. Por el lado de mi padre, no hay sangre extranjera muy cercana. Sé que el general Rafael Reyes fue mi tatarabuelo y mi bisabuelo por el lado de la madre de mi papá fue el fundador del periódico El Siglo, desde ahí toda ha sido una tradición conservadora que, presiento, está por acabarse.

Si hay alguien que demuestra la colombianidad en las familias normalmente son los abuelos. En mi caso las abuelas (me refiero a mi tía abuela y a mi abuela paternas), pues mi abuelo murió cuando yo era muy pequeño y mi abuela materna, como dije, no es colombiana. Mi abuela paterna se llamaba Josefina De la Vega Vargas Vila, mi tía abuela se llama Beatriz De la Vega. Son ellas quienes me inspiran a escribir esto por ser las que más me identifican con una identidad de colombiano o, mejor, de bogotano, y porque siento que quedan pocas como ellas. Las próximas generaciones de abuelas poco tienen que ver con este estilo, conocimiento y tradiciones. Y lo digo con todo el cariño: es una especie en vía de extinción.

Hablaré más de esta última pues mi abuela murió hace unos nueve años y mi tía abuela no tuvo hijos, así que hasta el día de hoy ha ocupado con total empoderamiento ese lugar dentro de mi familia. Cumple 88 años en 15 días, arrastra las erres y le atribuye todas las grandes desgracias del país a los liberales; no en vano, considerando que su padre fue perseguido e intimidado fuertemente en los años de La Violencia y fue compañero de fundación junto con Laureano Gómez del tradicional diario conservador.

Mi tía se levanta todos los días a las cinco de la mañana a oír el programa de Fernando Londoño en Radio Súper. Su pensamiento conservador se respira desde la entrada a su casa, que huele como muchas casas de abuelos a una mezcla entre tinto y papel de libros viejos. En la mesa del comedor pocas veces le he tocado temas como el aborto o la eutanasia, pues la última vez que lo hice, expuse convencido mis argumentos y se ofendió conmigo. Por poco me dice asesino. Ella no considera que tener la opción de elegir sea posible, “es una vida y se debe proteger así sea producto de una violación o de lo que sea, solo Dios puede decidir cuándo se la lleva”, dice. Frente a temas como la pederastia en las iglesias los argumentos y las consecuencias son parecidas. “Que es un invento de los liberales y que ya no hay respeto por la Iglesia”, diría. Ella realmente se indigna de ver lo que es el pensamiento de la juventud y los políticos actuales. Le echa la culpa a las universidades de Los Andes de que yo revire algunas de sus posiciones y no crea en lo que la familia le enseñó a ella y que ella quisiera enseñarme a mí.

A eso me refiero cuando digo que presiento que ese pensamiento está por agotarse con las generaciones venideras. Con seguridad ninguno de los miembros de la familia de mi generación piensa igual que ella. Creo que el giro se dio en la generación de nuestros padres, pues ellos predican mucho de lo que aprendieron pero no lo aplican ni nos lo transmitieron.

Y la convicción no es solo en el discurso sino en la práctica. Una muestra de ello es que mi padre, a los 19 años, antes de haber comenzado su carrera universitaria, tuvo una hija con su primera esposa. El aborto no fue siquiera una opción. Los valores aprendidos y predicados se hicieron realidad y mi medio hermana fue criada con esfuerzos pero “como Dios manda”.

El arte y los adornos religiosos en su casa son infinitos y tienen un valor incalculable para ella. Todavía hacemos misas anualmente por mi abuela y por otros difuntos de la familia en la sala del apartamento ubicado en Rosales, donde vive hace más de 30 años. La empleada, a quien ella todavía llama “sirvienta”, se llama Odilia, llegó del campo boyacense hace 28 años con un nivel de ignorancia tan alto que golpeaba la puerta del ascensor para que le abrieran y aseguraba que los camarones eran “animalitos del río”. Odilia, quien tiene unos diez años menos que mi tía abuela, participa de las misas y comparte la misma fe. Ella es el alma de esa casa, la acompaña a todo, está pendiente de sus medicinas, se sabe de memoria los números de teléfono de todas sus amigas y se acuerda de las historias de cada uno de los nietos desde que nacieron. Cada una entiende y oye a la otra mejor que a cualquier otra persona, y lo digo literalmente, porque ninguna tiene buenos niveles auditivos.

Mi tía, a sus 87 años, es más activa que muchos jóvenes de mi edad. No está echada en la cama ni pegada a un televisor casi nunca (sobra decir que le da igual decirle celular al computador y viceversa. Nunca ha tenido ninguno y ella misma se mofa de eso). Sin tener un trabajo fijo tiene una agenda apretada: sale con sus amigas, recibe invitados (siempre que voy a su casa hay un personaje distinto: o el señor que arregla los libros o el electricista, el jardinero o cualquiera de sus “protegidos”), va a misas por el primo de Rosita y el amigo de Carmensita y, mas admirable que todo, va regularmente a su fundación en Altos de Cazucá. Pero lo más especial es que nunca, ante ninguna circunstancia, ha perdido el sentido del humor, no ha conocido la amargura. Sus defectos son la terquedad y el desorden, quizás, pero nunca el egoísmo o la arrogancia.

Aunque vive entre relaciones sociales y todavía pregunta cómo se llaman los papás de mis amigos para relacionar cualquier apellido con “fulanito de tal”, eso no hace de ella nunca una señora elitista. Buena parte de su vida la ha dedicado a la labor social (para ella en eso consiste gran parte de ser conservadora) y además hace honor a su vocación pues  fue parte de las primeras mujeres que estudiaron en la Universidad Nacional. Es psicóloga, ejerció hasta hace poco y aunque hoy parezca anticuada en su momento fue progresista en sus tendencia psicoanalíticas. Más adelante fue decana de la misma facultad. Me dice que actualmente la única conservadora que queda de esa universidad es ella. Tuvo un jardín infantil hasta hace pocos años donde nos criamos la mayoría de los miembros de la familia.

Volviendo a su fundación, ésta se llama Las Martas, funciona hace nueve años y atiende decenas de bebés que llegan en estados de desnutrición, que nos son atendidos en Bienestar Familiar, niñas abusadas o hijas de trabajadoras sexuales. Su energía y buena corazón la llevan a visitarlos sagradamente.

Para mandarme indirectazos nuevamente me dice que “al pueblo de aquí no lo conoce la clase alta ni la media. Todas las niñas (de la fundación) están enloquecidas por tener hijos”. Y cuando la provoco un poco preguntándole si no cree que deberían tener la posibilidad de abortar, me dice que ninguna lo haría, que en alguna ocasión “uno de esos médicos inmorales” le propuso abortar a una porque estaba anémica y ella no quiso y el hijo nació divino. Suelta frases lapidarias y con humor muy fino. Debo reconocer que es una de las mujeres más cultas que conozco y aunque se le olvidan algunas cosas, su agudeza y su picardía las noto cada vez que la vuelvo a saludar. En su casa la mayoría de las paredes están cubiertas por libros, de ahí el aroma que invade el apartamento.

Todo lo anterior lo hago para contrastarme con ella. Yo nací con una Constitución que proclamó al Estado laico, lo que para ella fue el comienzo del fin del catolicismo en Colombia. Que reemplazaran en el preámbulo de la Constitución las palabras ‘en nombre de Dios y por mandato de la Constitución’ por ‘en nombre del pueblo y por mandato de la Constitución’ fue un “cambio por orgullo pero que acabó con la Iglesia y la religión en Colombia”, me dice.

No sé si ya se impuso del todo el pensamiento liberal en la sociedad colombiana pero noto que por lo menos ahora son escasas y mal vistas muchas posiciones contrarias. Jóvenes que estén en contra del aborto o de la liberalización de las drogas serían hoy casi objeto de burla, más en universidades liberales, laicas y progresistas como los Andes. Yo ya hago parte de esa corriente, tampoco sé en qué momento me convencí pero el pensamiento posmoderno -si se puede llamar así- absorbió mi tradición familiar. Quizás más adelante la recupere y logre compartir muchos de los puntos que hoy no comparto con ella. Quizás el mundo vuelva a dar la vuelta. Por ahora me dedico a observarlo y me doy cuenta de los cambios que han llegado con los años. No tengo duda de que ella es una mujer excepcional. Espero no defraudarla a pesar de las diferencias, gracias a ella conozco mejor nuestro pasado y me formo alguna visión hacia el futuro.

Los tiempos han cambiado y precisamente por eso creo que esa es la mejor manera de notar cuál es la Colombia que le tocó a uno frente a la de las anteriores generaciones. Por eso creo que el asunto en este caso no estuvo en preguntar qué es ser colombiano, sino más bien en pensar qué Colombia me tocó y quién soy en ella. Veo su vida como un producto escaso que nos ha dejado la historia, y la veo como un ejemplo interesante y escaso. Ojalá resulte así algún día para mis nietos. Yo, supongo, ni me daré cuenta. Ella no lo notó. Después de todas las preguntas que le hice me preguntó: “¿y para qué es que es este trabajo?”. “Para una clase de periodismo, es un relato personal sobre mi colombianidad”, le dije. A lo que me respondió: “A regio, ¿y en qué te puedo ayudar?”.

3 thoughts on “Mis abuelas: una especie en vía de extinción

  1. I have for the first time heard about you. So I scrolled through the texts and was fascinated to read the one: Mis Abuelas…
    As a Colombiana and American citizen myself, I guess I grasped on reading that one first perhaps from the sense that I too might have an attraction to what my old folks and ancestry have embedded in me too. I love that part of my heritage that comes from my Mother’s side, the Colombian in me. Just want to say you write beautifully and I hope to see and read your work in the future.

  2. Leyendo entre líneas me pude trasladar de nuevo a la entrada al living, a la salita de estar, al gran e imponente comedor, al pasillo oscuro y tapizado de libros de todos los tiempos, para rematar el recorrido en el cuarto de la Donna la dama de la sociedad Bogotana de antaño pero siempre con mente de avanzada.
    Conocí a tu tía abuela paterna y no como una de sus “protegidas”, fue más cercana a mi niñez, adolescencia y juventud de lo que hubiese podido imaginar, siempre su nombre fue referente en mi casa, mi madre y tu tía abuela trabajarían juntas en algún programa piloto de educación infantil con fines de resocialización de los otrora gamines en Bogotá hoy mal llamados desechables, eso por allá en sus etapas tempranas por la década de los 60’s.
    Guardo gratos recuerdos del nombre de tú tía abuela, su conservadurismo no debe ser visto como anquilosado por el contrario fue y para mí y mis hijas sigue siendo la base de mi educación y formación inclusive para mis hijas generación Z quienes por fortuna aprecian las libertades individuales sin atentar contra la vida y valores fundamentales. Soy Provida como tu tía abuela y me enorgullece ver que mis hijas y nieta también lo son así sean vistas como unas raras especies en vía de extinción.
    Toda tu familia me suena a un pasado por mi conocido, ah y la buena y paciente Odilia da para otra historia o un nuevo Post en este tu blog.
    Tu pasado y tradición familiar es lo que muchos infortunadamente no tienen y por ello terminan renegando y destruyendo todo a su paso, para que nada huela a pasado por considerarlo sin excepción obsoleto. Qué falta hacen hoy muchas Beatrices con lo sui géneris que pudieran parecer.

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